Pero es ahora, próxima a la mayoría de edad, cuándo, amargamente, me doy cuenta de cómo pasa el tiempo: fugaz en los buenos momentos, pero, sin embargo, viscosamente, casi pegajoso, en los no tan buenos.
Tirito, me ahogo, creo desfallecer, y todo se nubla...
Siento como decenas de martillos golpean con fuerza mi cabeza -buff...-
Observo desde mi ventana el cielo, está salpicado de diversos tonalidades: fríos azules y grises se corrompen, dando paso al violeta, morado y negro. Las nubes se deslizan con altivez por encima de mí, dandome a entender que todo fluye. Futuro se convierte en Presente y Pasado.
¿Quién dijo aquello de "el tiempo lo arregla todo"? -Por favor... seguro que un Nobel no se llevaría...-
El mismo recuerdo siempre sigue resbalando por mi memoria...
¿Todo nos ocurre porque nos ha sido conferido así?
¿Destino? -No creo en Él...-
Porque, quizá, si lo dejamos pasar, la impotencia nos invada y nos amargue para siempre.
Tal vez... si nos regodeamos en nuestro dolor, si pasivamente lo vemos frente nosotros, sea tarde para cambiarlo, probablemente el tiempo de actuar haya pasado, y... entonces... ¿Qué nos queda?