viernes, 31 de julio de 2015

lunes, 26 de diciembre de 2011

J

Me gustaban los sábados por la tarde. Cuando tú me abrazabas y comíamos buñuelos. Esos que recuerdan a las abuelas. A la mía ya sabes lo que le gustas. Y a mi abuelo, a mi abuelo también, y a mi se me cae la baba viéndoos hablar. Es increíble lo que a tí te gusta hablar con él de cosas que a él le encanta contar, como cuando era un joven apuesto que montaba a su mula, comía gachas y vestía de militar; rejuvenece 20 años, y se olvida de sus dolores.
Y con el resto de gente es igual.

Pero a mi me gusta aún más cuando estás conmigo, sólo conmigo. Es un dúo perfecto: la Prisillas y el Tranquilo. Como cuando de repente nos arrancamos, me coges y me haces bailar, y te sale: la sonrisa más bonita del mundo, que me ilumina la cara, el día y la vida.

Es una felicidad plena que, paradógicamente, me hace llorar. Es así de simple, y complicado a la vez. Prometo que no se explicártelo, pero ya lo sabes. Lo sabes ya todo: mis cambios de humor, mis cabezonerías, mi ceja levantada, y la cara que pongo cuando, altiva, me hago la indignada.

Te quiero.

viernes, 11 de noviembre de 2011

pecera



-Qué bonitos son- mirando a través grueso cristal del acuario.
-Si que lo son.

Ninguno de los dos se atrevió a abrir más la boca. Perdíamos la mirada en ninguna parte mientras todo lo que se nos pasaba por la mente a velocidad del rayo se agolpaba en la garganta para intentar salir. Pero no lo conseguía. Algunas veces, cuando una gran cantidad de peces se acercaba, aparecían miles de destellos de colores por toda la galería. Entonces yo le miraba. Y sentía como me absorbía. Y mis ojos seguían, resbalando por la porcelana coloreada de su rostro hasta terminar allí, en su mirada parda, la que me recuerda los días de otoño en la ciudad. Sabía que pensaba lo mismo que yo. Pero era demasiado peligroso para decírnoslo. No podíamos arriesgarnos. Eramos como aquellos peces, encerrados en un cubículo donde no conseguíamos salir. Frío. Tenía frío. Y tú también. O por lo menos eso me pareció cuando  te estremeciste y me miraste, justo antes de que yo apartara la vista de tí.

jueves, 6 de octubre de 2011

pillos

Sintió un pinchazo en el centro de su pecho, un poco hacia el lado izquierdo. Le gustó lo que veía, mejor dicho, la enamoró, un poquito más verlo durmiendo a su lado. El sol de la tarde chocaba contra aquel cuerpo que la volvía loca, y marcaba, mediante contrastes de luces y sombras, cada uno de los pliegues de su escultura. Y Paulita soplaba flojito, sin llegar a despertarlo, para hacer que sus pestañas bailasen y sus facciones se arrugasen, haciendo aparecer la cara de niño que guardaba dentro.
No quiso molestarle, así que levantó la vista, observando el paisaje que se extendía hasta donde el horizonte se mezclaba con el cielo, ambos azules. Y se perdió allí, soñando despierta y aspirando el olor a salitre que le despejaba las fosas nasales, que le arrancaba de todas las preocupaciones y le proporcionaba una increíble sensación de tranquilidad. Así, no pudo darse cuenta de que unos ojos aviesos la observaban. Y que esos mismos ojos recorrían todo su cuerpo, sin apenas moverse, adorándola en silencio: la luz de la tarde acariciaba su pelo castaño, dejando reflejos dorados que combinaban con su tez bronceada. Paulita entonces, cansada de otear el horizonte, y ávida de carne magra, lo miró, y se sorprendió de verlo de esa guisa: enseñaba los dientes y marcaba la barbilla, haciendo chirriar los molares, como siempre que por su mente volaban las ideas "verde primavera".


Mario tenía una cara de pillo que no podía con ella.

viernes, 19 de agosto de 2011

canvas



Siempre estás en mi mente como un retrato en canvas. De generosos rasgos y colores pardos. Allí, apoyado en el lienzo, erguido, presumido y bello, siempre. Siendo tú, y con eso me basta. Porque existes, en mi marco artístico distinto de las otras dimensiones. Táctil y dócil, y muy, muy dulce.