La armonía en aquel restaurante argentino se vio interrumpida por el estallido de un vaso de cristal contra el frío y liso suelo.
Una lágrima, sola, resbala por la fina porcelana de su rostro.
Despechada, descansa sentada en un sillón, con una mano sujetando un cigarrillo encendido, mientras que la otra, celosa del vicio, queda suspendida en el aire, medio metro por encima de un montón de cristalitos esparcidos por el suelo.
La concentración de pliegues en su frente denotaba su estado frustrado; y su expresión, ausente, su tristeza.
Dolor, patetismo, rabia, frialdad, desprecio
Engaño, lágrimas y licor.
La fina línea dibujada por el violín llegaba a sus oídos a través del aire cargado de la estancia e hizo que cerrara los ojos durante unos segundos, derrumbándose por dentro.
Otro trago de mate.
Inestabilidad, ira, desconsuelo, angustia, miedo
El granate de sus labios, ahora difuminado, combinaba a la perfección con el borgoña de los tapices y las cortinas; y el color ígneo de los suaves bucles de su larga cabellera contrastaba con el brillo azabache de sus ojos.
Sin más preámbulos, la frialdad de la que estaba compuesta se difuminó, la coraza se resquebrajó y cayó; su corazón cesó de latir por un segundo, en el cual sus pulmones retuvieron todo el aire del que eran capaces; creyó desfallecer cuando unos penetrantes ojos verdes se posaron en los suyos.
A veces, con solo un soplo, nos derrumbamos, como un castillo de naipes.
Se estremeció y notó como todo su vello se erizaba. Aquel desconocido la había sacado de su estado latente con tan solo una mirada. Se quedó abstraída en su atractivo rostro: de piel tostada, cabello moreno y barbilla afilada y hoyada.
Con paso cadencioso, vestido con un esmoquin negro, y una fina corbata del mismo color, se acercó a ella y, sin decirle una palabra, le alargó una copa vacía de las dos que traía en las manos. Cogió una botella de vino de una mesa cercana y rellenó las copas.
Mientras, ellos dos se encargaron de perderse en el otro, profundizaron la mirada, sumergiéndose en la oscuridad de sus pupilas. Se escuchó el suave tintineo de dos copas al chocar.
La suave línea del violín se vio alterada por la oscilación del acordeón, al que se unieron los firmes acordes del piano.
-¿Bailas?
Ella no respondió, se limitó a dejar la copa en la mesa, pasarse una servilleta por los labios, y levantarse. Altiva, irguió su cabeza, dio una calada más a su cigarrillo y lo dejó caer en un cenicero.
Caminaron hacia el centro de la pista. Él entrelazó su mano izquierda con la diestra de ella y pasó su brazo derecho por la cintura de la mujer, atrayéndola hacia sí; mientras que ésta colocaba una de sus piernas, que se dejaba ver por la abertura vertical de su vestido, entre las de él.
Comenzó la lucha por ver quien daba un paso de más...
Pasos cadenciosos fueron el preludio de otros más rápidos: giros y traspiés se alternaban en un baile del que ellos eran protagonistas absolutos. Fueron olvidando su identidad para desentenderse de la razón...
Necesitamos de un contacto profundo, muy profundo a veces, para sentirnos vivos.
A la vez, el fuego en el hogar del salón mantenía su peculiar danza estática, proyectando infinidad de sombras entre los pliegues de sus rostros, acentuando sus rasgos.
Rojo, negro, destellos y luces de neón...
Se sintió desfallecer cuando una mano sujetó su pierna a la altura de su muslo, con fuerza, y lo alzó hasta quedar a la altura de la cintura de él. Se la llevó mediante una caminata sincopada, y ella se abandonó a sus brazos mientras mantenían un ligero vaivén.
El ritmo de la música aumenta, alimentando el deseo que les había nacido.
Deshizo el camino hecho, y ambos se perdieron en una espiral de giros y cambios de dirección. Las piernas, se entrecruzaban, rápidas hasta la locura, en una coreografía, que, sin saber por qué, sus cuerpos ya conocían.
Se vieron envueltos en un halo de misterio, sensualidad, magia, y secreto.
Ella enlazó unas piernas con las de él, y éste, llevando el control, la cogió por la cintura, la alzó en el aire y la situó en su lado contrario. Giró su cabeza, a la vez que ella hacía lo mismo, para después quedar inclinados: ella hacía atrás y él sobre ella. Sus bocas, a escasos centímetros la una de la otra, dejaban salir una respiración alterada por el deseo acumulado y el esfuerzo físico.
Fin de la música
Se despertó de su ensoñación: se encontraba en un restaurante argentino, con su vestido negro y desde hace diez minutos, sin pareja. Se encendió un cigarrillo y se acomodó en la silla mientras cogía su copa para volver a dar otro trago de mate. La volvió a dejar en la mesa pero, debido a las numerosas copas que ya llevaba, la dejó en el borde de ésta, por lo que cayó, estrellándose contra el suelo y dejando en él miles de reflejos.
Sus rojos labios se arquearon en una frívola sonrisa.
RINCONES
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domingo, 14 de marzo de 2010
Tango onírico
domingo, 7 de marzo de 2010
U
Algunas cosas son tan etéreas, tan puras, que se desvanecen con poco.
Se volvió a meter entre las sábanas, escondida, dejando que saliera de ella lo que de otro modo no saldría.
Este mundo gira tan deprisa que se quedó en la estacada una vez que fue despedida hacia ninguna parte...
La almohada vuelve a estar inundada, el rostro erosionado y las últimas esperanzas ahogadas.
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