miércoles, 9 de marzo de 2011

برقع









Vio a aquellos niños jugar con una vieja pelota en un campo de tierra, levantando el polvo con cada carcajada que lanzaban. Cerca de allí, unos hombres barbudos conversaban acerca de una bandera, de los colores e iconos que debería llevar, pero Salihah no reconocía a ninguno, ni siquiera reconocía a su vecino cuando pasaba por la calle contigua a la suya, lo impedía la tela oscura que llevaba sobre su cabeza y tapaba su rostro, y eso no ayudaba para sus crisis asmáticas, unas que enfurecían a su marido cada vez que se repetían.
A través de unos diminutos agujeros, podía ver como, muy cerca de ella, en el portal de su casa, jugaba Aisha, su hija de 5 años, con una especie de cuenco que llenaba de tierra y humedecía con agua para simular cocinar una tarta. Se quedó allí plantada mirándola, mientras un especiado olor a kebab se adentraba en sus fosas nasales. Estaba pensando en el futuro, muy parecido al suyo, que tendría su hija, quien quizás dentro de unos diez años estaría casada con un hombre tres veces mayor que ella, y al que compartiría con otras tres mujeres. Se agachó para acariciarle su pelo largo, en el cual se percibían miles de destellos azabaches. De repente, el suelo comenzó a vibrar levemente, como de costumbre sucedía, por lo que abrazó a su hija, atrayéndola hacía sí, en actitud protectora. Los carros de combate se paseaban de vez en cuando por las calles para preservar el orden. Cuando pasaron de largo, enseguida se metió dentro de la casa, el sol ese día era acuciante y penetraba entre sus ropajes negros abrasándole la piel.