lunes, 26 de diciembre de 2011

J

Me gustaban los sábados por la tarde. Cuando tú me abrazabas y comíamos buñuelos. Esos que recuerdan a las abuelas. A la mía ya sabes lo que le gustas. Y a mi abuelo, a mi abuelo también, y a mi se me cae la baba viéndoos hablar. Es increíble lo que a tí te gusta hablar con él de cosas que a él le encanta contar, como cuando era un joven apuesto que montaba a su mula, comía gachas y vestía de militar; rejuvenece 20 años, y se olvida de sus dolores.
Y con el resto de gente es igual.

Pero a mi me gusta aún más cuando estás conmigo, sólo conmigo. Es un dúo perfecto: la Prisillas y el Tranquilo. Como cuando de repente nos arrancamos, me coges y me haces bailar, y te sale: la sonrisa más bonita del mundo, que me ilumina la cara, el día y la vida.

Es una felicidad plena que, paradógicamente, me hace llorar. Es así de simple, y complicado a la vez. Prometo que no se explicártelo, pero ya lo sabes. Lo sabes ya todo: mis cambios de humor, mis cabezonerías, mi ceja levantada, y la cara que pongo cuando, altiva, me hago la indignada.

Te quiero.