jueves, 30 de junio de 2011

brezza



En aquella terraza de un pueblecito de la costa italiana olía a azahar y a brisa marina, y se había creado un ambiente fresco que invitaba a vivir la noche veraniega, a perderse y a olvidarse en sí mismos. Ambos se balanceaban al compás de esa canción. Ella le cantaba al oído con un acento inventado que a él le encantaba, rozando de vez en cuando el lóbulo de su oreja, lo que hacía que él trastabillase de vez en cuando.
-Ho sbagliato tante volte ormai...

Mantenían un vaivén de derecha a izquierda y viceversa, más rápido y más lento, pero siempre cerquita el pecho de uno con los de la otra, regalando en el descenso de las manos una caricia a cada centímetro de piel descubierta. Y ahí estaba: el vello de punta, despertado por los dedos traviesos.
Habían estado recorriendo aquellas calles de casas con paredes de cal blanca, hablando de cualquier tema banal, cogidos de la mano y regalándose un beso furtivo en cada portal.

-Amor, nos está mirando una mujer desde ese balcón y por su cara creo que nos puede tirar una jarra de agua fría.
-Bah, déjala, ¿no le ves la carita de amargada? Ya lleva los rulos puestos.
-La pobre se va a escandalizar...
-Qué va, ahora verás. ¡Signoooora, allare a letto!.
-jajaja.. ¡ssssh! ¡calla! jajaja... ¡serás loco!
- jajaja Sí, loco, pero tu loco.
-No sabía yo que hablabas italiano- con una de sus cejas elevada.
-Ni yo, ni yo- mirándola divertido.

Habían visitado los puestos de artesanías y comprado sendos sombreros de alas a un vendedor de la calle. Uno de ellos llevaba una rosa roja; él se las había ingeniado para robarla de una jardinera y se la había colocado allí como un regalo, -una flor para...- lo siguiente lo dijo al oído, provocándole una amplia sonrisa.

Poco a poco se iban quedando solos en el lugar, el cielo se estaba aclarando, y las estrellas desaparecían gradualmente. Lo que quedaba de la noche les deparaba vueltas y más vueltas, piernas entrecruzadas y sábanas enredadas. Azúcar, Sambuca, sudor y sal.

viernes, 17 de junio de 2011

pepinos

 Tenía un pescuezo limpio que se dejaba ver cuando no llevaba el pelo demasiado largo. Y ella se moría de ganas de probarlo. Paulita iba de inocente, poniéndole ojillos, pero no. En el fondo de ella se escondían unas intenciones perversas, como esas de deslizar la mano por dentro de su camiseta y que después la piel se le erizase.

Quería bailarle todas las aguas del mundo, dulces, muy dulces.