sábado, 9 de julio de 2011



Un escalofrío le sacudía todo el cuerpo y le asaba las ingles cada vez que cepillaba aquel pelo moreno de interminables ondas cuyo fin se alargaba hasta donde la espalda pierde su nombre. A Mario le gustaba hundir los dedos allí, provocando un tenue olor fresco emanando de su cabellera, que luego aspiraba y le aturdía. Y era también curiosa su reacción. La oía tragar saliva, no sin esfuerzo, y acelerar el movimiento acompasado de su respiración y su pecho, apretar los muslos y entrecerrar los ojos.

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