RINCONES
- Crónicas (16)
- Divagaciones (23)
- FIC: " Y apareciste tú..." (9)
- Reflejos (17)
- Reflexiones (17)
jueves, 28 de abril de 2011
reminiscencias
Te he echado mucho de menos- dijo Sarita, con la cara blanca del susto- han cambiado muchas cosas desde que no estás conmigo: la risa ya no es tan fácil y las palabras se atascan en la garganta.
Mario se movió un poco, para poder verla bien, pero ella apenas levantó la cabeza. Se miraba la punta de sus zapatos y pegaba la barbilla al pecho, queriendo esfumarse. Además las gafas se le habían escurrido hasta la punta de la nariz y le conferían un aspecto ingenuo y bonito a la vez. Y ella apenas se había dado cuenta. Tenía que ir a la óptica, la culpa la tenían las dichosas patillas que se abrían, lujuriosas.
Las luces de los coches pasaban a su alrededor como espectros, como la crónica de una locura anunciada, desorientándola más aún y provocándole mareos. Entonces lo notó en su espalda, sus brazos la rodeaban, aportando calor a su espalda y sus labios le dejaron un beso, uno suave y tierno que no tenía que ver con los besos feroces de otras noches. Y le encantó, por eso se puso a llorar.
jueves, 21 de abril de 2011
odors
Era una sensación rara. Y a Amelia le encantaba.
Era a la vez, el gusto de estar medio bebida un martes a las dos de la madrugada, y también lo era el hecho de sentir un cosquilleo en el estómago, y entre los muslos, cada vez que pensaba en ti, pero eso sólo lo decía cuando iba trompa perdía' y claro, luego por la mañana no lo asociaba bien.
Pero bueno, el hecho de todo esto es que andaba perdida, como casi siempre, igual de despistada. Contando los pasos, las naranjas del frigorífico y los platos del fregadero, todo ello para que volviese a ser la de siempre. Por eso bebía entre semana. Y los demás días también.
A la mañana siguiente abrió la ventana, haciendo que se esfumaran las legañas, y los inmundos olores que hacían de aquella habitación una pequeña destilería. El cielo de aquel día olía a aquella canción que narraba parte de su actual vida: "I hate you but I love you". -Una preciosidad, para que negarlo.
Se dirigió a la cocina, y por el pasillo cambió de olor, ese también le gustaba, era más afrutado, y tenía vitamina C, y Z también. Saludó a su vecina, la mujer que vivía justo en frente de su casa y que saludaba por la ventana de la cocina. Se le notaban las ojeras, pero aún así, estaba muy bonita, y se lo dijo, le dijo que aquella mañana estaba muy bonita y ella le respondió con una sonrisa, mellada, pero sincera.
Era a la vez, el gusto de estar medio bebida un martes a las dos de la madrugada, y también lo era el hecho de sentir un cosquilleo en el estómago, y entre los muslos, cada vez que pensaba en ti, pero eso sólo lo decía cuando iba trompa perdía' y claro, luego por la mañana no lo asociaba bien.
Pero bueno, el hecho de todo esto es que andaba perdida, como casi siempre, igual de despistada. Contando los pasos, las naranjas del frigorífico y los platos del fregadero, todo ello para que volviese a ser la de siempre. Por eso bebía entre semana. Y los demás días también.
A la mañana siguiente abrió la ventana, haciendo que se esfumaran las legañas, y los inmundos olores que hacían de aquella habitación una pequeña destilería. El cielo de aquel día olía a aquella canción que narraba parte de su actual vida: "I hate you but I love you". -Una preciosidad, para que negarlo.
Se dirigió a la cocina, y por el pasillo cambió de olor, ese también le gustaba, era más afrutado, y tenía vitamina C, y Z también. Saludó a su vecina, la mujer que vivía justo en frente de su casa y que saludaba por la ventana de la cocina. Se le notaban las ojeras, pero aún así, estaba muy bonita, y se lo dijo, le dijo que aquella mañana estaba muy bonita y ella le respondió con una sonrisa, mellada, pero sincera.
martes, 5 de abril de 2011
choirs
Se zarandeaba por culpa de los baches por los que pasaba aquel Jeep a través de unas increíbles tierras del sur de África. Ya desde que salió del aeropuerto, en su cara se había instalado una sonrisa que mantenía perenne. De vez en cuando, cuando la carretera era tan solo un camino de polvo, el vaivén hacía que se diera golpecitos contra el cristal de la ventanilla, y cuando alguno le hacía daño se rascaba la cabeza. Sentada en el asiento de atrás, oteaba el horizonte, vislumbrando de vez en cuando altos árboles que se erigían por encima de un ondeante mar de color cobrizo.
El coche paró en una aldea en el camino para repostar y tomar algunas provisiones. Ella se bajó del coche y se dirigió a un árbol cercano, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en su tronco. Cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás, intentando despejarse y tomar un poco el aire.
Pero pese a su intento por descansar, no pudo mantenerse quieta. Tenía la culpa un coro de voces que llegó a sus oídos y que le hizo abrir, no sin esfuerzo, primero un ojo y luego el otro.
Tuvo que levantarse porque aquello quería verlo bien. Y le encantó lo que veía: la gracia estaba en sus manos, pequeñas y frágiles, que aplaudían al mismo compás, a la vez que seguían un balanceo, todos al mismo tiempo, colocados en línea, cantando en un idioma que compartía semejanzas con el suyo. Le enternecía, de una manera sobrenatural, ver sus pies descalzos dar pequeños saltos levantando el polvo.
Los débiles rayos del sol del crepúsculo proyectaban sombras detrás de ellos, unas sombras llenas de movimiento que contrastaban con las níveas sonrisas de aquellos niños de piel oscura. Adoraba sus ropajes llenos de colores y preciosas formas geométricas; los collares que llenaban aquel ígneo oasis de colorido, y sus pinturas en la piel, que marcaba los contornos de sus rostros. Y allí se quedó, apoyada en un árbol, con la respiración contenida y perdida en ese instante etéreo en el espacio, pero eterno en su memoria.
El coche paró en una aldea en el camino para repostar y tomar algunas provisiones. Ella se bajó del coche y se dirigió a un árbol cercano, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en su tronco. Cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás, intentando despejarse y tomar un poco el aire.
Pero pese a su intento por descansar, no pudo mantenerse quieta. Tenía la culpa un coro de voces que llegó a sus oídos y que le hizo abrir, no sin esfuerzo, primero un ojo y luego el otro.
Tuvo que levantarse porque aquello quería verlo bien. Y le encantó lo que veía: la gracia estaba en sus manos, pequeñas y frágiles, que aplaudían al mismo compás, a la vez que seguían un balanceo, todos al mismo tiempo, colocados en línea, cantando en un idioma que compartía semejanzas con el suyo. Le enternecía, de una manera sobrenatural, ver sus pies descalzos dar pequeños saltos levantando el polvo.
Los débiles rayos del sol del crepúsculo proyectaban sombras detrás de ellos, unas sombras llenas de movimiento que contrastaban con las níveas sonrisas de aquellos niños de piel oscura. Adoraba sus ropajes llenos de colores y preciosas formas geométricas; los collares que llenaban aquel ígneo oasis de colorido, y sus pinturas en la piel, que marcaba los contornos de sus rostros. Y allí se quedó, apoyada en un árbol, con la respiración contenida y perdida en ese instante etéreo en el espacio, pero eterno en su memoria.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)