Podría hacer una tesis, una de relaciones. Y que conste que lo tengo comprobado. ¡Y tan comprobado! Yo diría que es un método empírico, casi científico, aunque de locos.
Veréis, el problema de algunas relaciones -cualquiera que implique algo de cariño- es dar todo por sentado, confiar todo en esa persona y pensar en estar cerca eternamente. Costaría volver a hacerlo: han sido ya demasiadas personas.
De hecho, hay personas que van un tiempo tan paralelas, que al final tienen que ser perpendiculares: chocan con la realidad -o algo ajeno choca contra ellas- y ya no hay vuelta atrás. Se dan de bruces y se convierten en un baile de máscaras, de miradas furtivas y de pobres conversaciones banales.
Luego hay otras, unas que saben lo que ocurre en su mente, y casi también en la de la otra persona, y ambas coinciden, pero no se atreven a decirlo. Son demasiado orgullosas, o miedosas, para decírselo. Y entonces se enquistan; se convierten en horribles verrugas, pero de las peores, de esas púrpura con pelillos.
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