lunes, 26 de diciembre de 2011

J

Me gustaban los sábados por la tarde. Cuando tú me abrazabas y comíamos buñuelos. Esos que recuerdan a las abuelas. A la mía ya sabes lo que le gustas. Y a mi abuelo, a mi abuelo también, y a mi se me cae la baba viéndoos hablar. Es increíble lo que a tí te gusta hablar con él de cosas que a él le encanta contar, como cuando era un joven apuesto que montaba a su mula, comía gachas y vestía de militar; rejuvenece 20 años, y se olvida de sus dolores.
Y con el resto de gente es igual.

Pero a mi me gusta aún más cuando estás conmigo, sólo conmigo. Es un dúo perfecto: la Prisillas y el Tranquilo. Como cuando de repente nos arrancamos, me coges y me haces bailar, y te sale: la sonrisa más bonita del mundo, que me ilumina la cara, el día y la vida.

Es una felicidad plena que, paradógicamente, me hace llorar. Es así de simple, y complicado a la vez. Prometo que no se explicártelo, pero ya lo sabes. Lo sabes ya todo: mis cambios de humor, mis cabezonerías, mi ceja levantada, y la cara que pongo cuando, altiva, me hago la indignada.

Te quiero.

viernes, 11 de noviembre de 2011

pecera



-Qué bonitos son- mirando a través grueso cristal del acuario.
-Si que lo son.

Ninguno de los dos se atrevió a abrir más la boca. Perdíamos la mirada en ninguna parte mientras todo lo que se nos pasaba por la mente a velocidad del rayo se agolpaba en la garganta para intentar salir. Pero no lo conseguía. Algunas veces, cuando una gran cantidad de peces se acercaba, aparecían miles de destellos de colores por toda la galería. Entonces yo le miraba. Y sentía como me absorbía. Y mis ojos seguían, resbalando por la porcelana coloreada de su rostro hasta terminar allí, en su mirada parda, la que me recuerda los días de otoño en la ciudad. Sabía que pensaba lo mismo que yo. Pero era demasiado peligroso para decírnoslo. No podíamos arriesgarnos. Eramos como aquellos peces, encerrados en un cubículo donde no conseguíamos salir. Frío. Tenía frío. Y tú también. O por lo menos eso me pareció cuando  te estremeciste y me miraste, justo antes de que yo apartara la vista de tí.

jueves, 6 de octubre de 2011

pillos

Sintió un pinchazo en el centro de su pecho, un poco hacia el lado izquierdo. Le gustó lo que veía, mejor dicho, la enamoró, un poquito más verlo durmiendo a su lado. El sol de la tarde chocaba contra aquel cuerpo que la volvía loca, y marcaba, mediante contrastes de luces y sombras, cada uno de los pliegues de su escultura. Y Paulita soplaba flojito, sin llegar a despertarlo, para hacer que sus pestañas bailasen y sus facciones se arrugasen, haciendo aparecer la cara de niño que guardaba dentro.
No quiso molestarle, así que levantó la vista, observando el paisaje que se extendía hasta donde el horizonte se mezclaba con el cielo, ambos azules. Y se perdió allí, soñando despierta y aspirando el olor a salitre que le despejaba las fosas nasales, que le arrancaba de todas las preocupaciones y le proporcionaba una increíble sensación de tranquilidad. Así, no pudo darse cuenta de que unos ojos aviesos la observaban. Y que esos mismos ojos recorrían todo su cuerpo, sin apenas moverse, adorándola en silencio: la luz de la tarde acariciaba su pelo castaño, dejando reflejos dorados que combinaban con su tez bronceada. Paulita entonces, cansada de otear el horizonte, y ávida de carne magra, lo miró, y se sorprendió de verlo de esa guisa: enseñaba los dientes y marcaba la barbilla, haciendo chirriar los molares, como siempre que por su mente volaban las ideas "verde primavera".


Mario tenía una cara de pillo que no podía con ella.

viernes, 19 de agosto de 2011

canvas



Siempre estás en mi mente como un retrato en canvas. De generosos rasgos y colores pardos. Allí, apoyado en el lienzo, erguido, presumido y bello, siempre. Siendo tú, y con eso me basta. Porque existes, en mi marco artístico distinto de las otras dimensiones. Táctil y dócil, y muy, muy dulce.


miércoles, 13 de julio de 2011

soles



Aspiraba amaneceres, suspiraba ocasos.

Coco adoraba las tardes al sol. Las de quedarse a dos centímetros del precipicio de sus labios y despeñarse por el enhiesto acantilado de su cuello.
Le encantaba dorarse con su propia luz, la que desprendía Leo. Fuerte y tímida a la vez, como miles de candelas de titilante llama, manteniendo una rítmica oscilación entre carnes morenas y vello dorado que siempre conseguía  hipnotizarla. A veces se dejaba abandonar al balanceo de sus brazos entre mareas de agua con cloro y espuma artificial. Y a cada broma, Coco se reía con una risa fácil que salía a borbotones de su boca, llenándolo todo de clima cálido y apacible. Era como si se hubiera metido bolitas de algodón en la boca, y entonces los carrillos se le hinchaban, rellenando los hoyuelos que solían salirle. A Leo, esos carrillos, esas carnes y esa boca le sacudían los nervios y las nalgas, revitalizándole la vida por dentro y por fuera.

sábado, 9 de julio de 2011



Un escalofrío le sacudía todo el cuerpo y le asaba las ingles cada vez que cepillaba aquel pelo moreno de interminables ondas cuyo fin se alargaba hasta donde la espalda pierde su nombre. A Mario le gustaba hundir los dedos allí, provocando un tenue olor fresco emanando de su cabellera, que luego aspiraba y le aturdía. Y era también curiosa su reacción. La oía tragar saliva, no sin esfuerzo, y acelerar el movimiento acompasado de su respiración y su pecho, apretar los muslos y entrecerrar los ojos.

jueves, 30 de junio de 2011

brezza



En aquella terraza de un pueblecito de la costa italiana olía a azahar y a brisa marina, y se había creado un ambiente fresco que invitaba a vivir la noche veraniega, a perderse y a olvidarse en sí mismos. Ambos se balanceaban al compás de esa canción. Ella le cantaba al oído con un acento inventado que a él le encantaba, rozando de vez en cuando el lóbulo de su oreja, lo que hacía que él trastabillase de vez en cuando.
-Ho sbagliato tante volte ormai...

Mantenían un vaivén de derecha a izquierda y viceversa, más rápido y más lento, pero siempre cerquita el pecho de uno con los de la otra, regalando en el descenso de las manos una caricia a cada centímetro de piel descubierta. Y ahí estaba: el vello de punta, despertado por los dedos traviesos.
Habían estado recorriendo aquellas calles de casas con paredes de cal blanca, hablando de cualquier tema banal, cogidos de la mano y regalándose un beso furtivo en cada portal.

-Amor, nos está mirando una mujer desde ese balcón y por su cara creo que nos puede tirar una jarra de agua fría.
-Bah, déjala, ¿no le ves la carita de amargada? Ya lleva los rulos puestos.
-La pobre se va a escandalizar...
-Qué va, ahora verás. ¡Signoooora, allare a letto!.
-jajaja.. ¡ssssh! ¡calla! jajaja... ¡serás loco!
- jajaja Sí, loco, pero tu loco.
-No sabía yo que hablabas italiano- con una de sus cejas elevada.
-Ni yo, ni yo- mirándola divertido.

Habían visitado los puestos de artesanías y comprado sendos sombreros de alas a un vendedor de la calle. Uno de ellos llevaba una rosa roja; él se las había ingeniado para robarla de una jardinera y se la había colocado allí como un regalo, -una flor para...- lo siguiente lo dijo al oído, provocándole una amplia sonrisa.

Poco a poco se iban quedando solos en el lugar, el cielo se estaba aclarando, y las estrellas desaparecían gradualmente. Lo que quedaba de la noche les deparaba vueltas y más vueltas, piernas entrecruzadas y sábanas enredadas. Azúcar, Sambuca, sudor y sal.

viernes, 17 de junio de 2011

pepinos

 Tenía un pescuezo limpio que se dejaba ver cuando no llevaba el pelo demasiado largo. Y ella se moría de ganas de probarlo. Paulita iba de inocente, poniéndole ojillos, pero no. En el fondo de ella se escondían unas intenciones perversas, como esas de deslizar la mano por dentro de su camiseta y que después la piel se le erizase.

Quería bailarle todas las aguas del mundo, dulces, muy dulces. 

lunes, 30 de mayo de 2011

chaos

Podría hacer una tesis, una de relaciones. Y que conste que lo tengo comprobado. ¡Y tan comprobado! Yo diría que es un método empírico, casi científico, aunque de locos.
Veréis, el problema de algunas relaciones -cualquiera que implique algo de cariño- es dar todo por sentado, confiar todo en esa persona y pensar en estar cerca eternamente. Costaría volver a hacerlo: han sido ya demasiadas personas.
De hecho, hay personas que van un tiempo tan paralelas, que al final tienen que ser perpendiculares: chocan con la realidad -o algo ajeno choca contra ellas- y ya no hay vuelta atrás. Se dan de bruces y se convierten en un baile de máscaras, de miradas furtivas y de pobres conversaciones banales.
Luego hay otras, unas que saben lo que ocurre en su mente, y casi también en la de la otra persona, y ambas coinciden, pero no se atreven a decirlo. Son demasiado orgullosas, o miedosas, para decírselo. Y entonces se enquistan; se convierten en horribles verrugas, pero de las peores, de esas púrpura con pelillos.

domingo, 29 de mayo de 2011

darlin'

¿Sabes? Has llegado en el momento justo. Cuando ya empezaba a agobiarme por el aire viciado de mi vida. Y has abierto las puertas, de par en par, con esa risa fácil y esa sonrisa  fresca capaz de iluminar un día nublado.
Y ya te los has ganado a todos, y yo a algunos solo los conozco de vista. Y ya me has sacado la frase, de una manera pura y sincera.
Solo espero que me ayudes, que seas tú quien me vuelva menos loca y más segura. Sobre todo eso: segura. Que cubras mi piel con la tuya y que hagas que algunas cosas resbalen por ella sin que me ataquen.



Quiero todo aquello y más, pero si eres tú.

miércoles, 4 de mayo de 2011

caracoles



Marta le observó con una expresión divertida: se ponía muy gracioso cuando sorbía los caracoles y también cuando, con un palillo, intentaba sacar la molla. Ella tenía unas aspiraciones parecidas, pero no con el caracol, precisamente.
"Me estas volviendo loca y aún no te has dado cuenta", pensó, toqueteandose el pelo y creando rizos en su melena pelirroja.
Fruncía el ceño cada vez que comía caracoles, y le salían unos hoyuelos encima de las cejas, unos que ella pensaba rellenar luego a base de besos. Pero lo mejor de todo era cuando la pillaba mirándole, entonces dejaba el caracol a medio camino entre el plato y su boca y soltaba un simple "¿Qué?". Y ella se hacía la dura, escondía la mirada de boba y hacía como si nada, pero protestaba diciendo "que no sorbas así, ¿no sabes que te puedes tragar un caracol y ahogarte?, ¡¿y entonces yo que hago?!".
Y después él la miraba, con absoluta adoración, aportando aún más brillo en sus ojos color miel, que dilataban la mirada y se achinaban por culpa de la vergüenza de saberse descubierta.

jueves, 28 de abril de 2011

reminiscencias



Te he echado mucho de menos- dijo Sarita, con la cara blanca del susto- han cambiado muchas cosas desde que no estás conmigo: la risa ya no es tan fácil y las palabras se atascan en la garganta.
Mario se movió un poco, para poder verla bien, pero ella apenas levantó la cabeza. Se miraba la punta de sus zapatos y pegaba la barbilla al pecho, queriendo esfumarse. Además las gafas se le habían escurrido hasta la punta de la nariz y le conferían un aspecto ingenuo y bonito a la vez. Y ella apenas se había dado cuenta. Tenía que ir a la óptica, la culpa la tenían las dichosas patillas que se abrían, lujuriosas.
Las luces de los coches pasaban a su alrededor como espectros, como la crónica de una locura anunciada, desorientándola más aún y provocándole mareos. Entonces lo notó en su espalda, sus brazos la rodeaban, aportando calor a su espalda y sus labios le dejaron un beso, uno suave y tierno que no tenía que ver con los besos feroces de otras noches. Y le encantó, por eso se puso a llorar.

jueves, 21 de abril de 2011

odors

Era una sensación rara. Y a Amelia le encantaba.
Era a la vez, el gusto de estar medio bebida un martes a las dos de la madrugada, y también lo era el hecho de sentir un cosquilleo en el estómago, y entre los muslos, cada vez que pensaba en ti, pero eso sólo lo decía cuando iba trompa perdía' y claro, luego por la mañana no lo asociaba bien.

Pero bueno, el hecho de todo esto es que andaba perdida, como casi siempre, igual de despistada. Contando los pasos, las naranjas del frigorífico y los platos del fregadero, todo ello para que volviese a ser la de siempre. Por eso bebía entre semana. Y los demás días también.

A la mañana siguiente abrió la ventana, haciendo que se esfumaran las legañas, y los inmundos olores que hacían de aquella habitación una pequeña destilería. El cielo de aquel día olía a aquella canción que narraba parte de su actual vida: "I hate you but I love you". -Una preciosidad, para que negarlo.
 Se dirigió a la cocina, y por el pasillo cambió de olor, ese también le gustaba, era más afrutado, y tenía vitamina C, y Z también. Saludó a su vecina, la mujer que vivía justo en frente de su casa y que saludaba por la ventana de la cocina. Se le notaban las ojeras, pero aún así, estaba muy bonita, y se lo dijo, le dijo que aquella mañana estaba muy bonita y ella le respondió con una sonrisa, mellada, pero sincera.

martes, 5 de abril de 2011

choirs

Se zarandeaba por culpa de los baches por los que pasaba aquel Jeep a través de unas increíbles tierras del sur de África. Ya desde que salió del aeropuerto, en su cara se había instalado una sonrisa que mantenía perenne. De vez en cuando, cuando la carretera era tan solo un camino de polvo, el vaivén hacía que se diera golpecitos contra el cristal de la ventanilla, y cuando alguno le hacía daño se rascaba la cabeza. Sentada en el asiento de atrás, oteaba el horizonte, vislumbrando de vez en cuando altos árboles que se erigían por encima de un ondeante mar de color cobrizo.


 El coche paró en una aldea en el camino para repostar y tomar algunas provisiones. Ella se bajó del coche y se dirigió a un árbol cercano, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en su tronco. Cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás, intentando despejarse y tomar un poco el aire.
Pero pese a su intento por descansar, no pudo mantenerse quieta. Tenía la culpa un coro de voces que llegó a sus oídos y que le hizo abrir, no sin esfuerzo, primero un ojo y luego el otro.



Tuvo que levantarse porque aquello quería verlo bien. Y le encantó lo que veía: la gracia estaba en sus manos, pequeñas y frágiles, que aplaudían al mismo compás, a la vez que seguían un balanceo, todos al mismo tiempo, colocados en línea, cantando en un idioma que compartía semejanzas con el suyo. Le enternecía, de una manera sobrenatural, ver sus pies descalzos dar pequeños saltos levantando el polvo.
Los débiles rayos del sol del crepúsculo proyectaban sombras detrás de ellos, unas sombras llenas de movimiento que contrastaban con las níveas sonrisas de aquellos niños de piel oscura. Adoraba sus ropajes llenos de colores y preciosas formas geométricas; los collares que llenaban aquel ígneo oasis de colorido, y sus pinturas en la piel, que marcaba los contornos de sus rostros. Y allí se quedó, apoyada en un árbol, con la respiración contenida y perdida en ese instante etéreo en el espacio, pero eterno en su memoria.

miércoles, 9 de marzo de 2011

برقع









Vio a aquellos niños jugar con una vieja pelota en un campo de tierra, levantando el polvo con cada carcajada que lanzaban. Cerca de allí, unos hombres barbudos conversaban acerca de una bandera, de los colores e iconos que debería llevar, pero Salihah no reconocía a ninguno, ni siquiera reconocía a su vecino cuando pasaba por la calle contigua a la suya, lo impedía la tela oscura que llevaba sobre su cabeza y tapaba su rostro, y eso no ayudaba para sus crisis asmáticas, unas que enfurecían a su marido cada vez que se repetían.
A través de unos diminutos agujeros, podía ver como, muy cerca de ella, en el portal de su casa, jugaba Aisha, su hija de 5 años, con una especie de cuenco que llenaba de tierra y humedecía con agua para simular cocinar una tarta. Se quedó allí plantada mirándola, mientras un especiado olor a kebab se adentraba en sus fosas nasales. Estaba pensando en el futuro, muy parecido al suyo, que tendría su hija, quien quizás dentro de unos diez años estaría casada con un hombre tres veces mayor que ella, y al que compartiría con otras tres mujeres. Se agachó para acariciarle su pelo largo, en el cual se percibían miles de destellos azabaches. De repente, el suelo comenzó a vibrar levemente, como de costumbre sucedía, por lo que abrazó a su hija, atrayéndola hacía sí, en actitud protectora. Los carros de combate se paseaban de vez en cuando por las calles para preservar el orden. Cuando pasaron de largo, enseguida se metió dentro de la casa, el sol ese día era acuciante y penetraba entre sus ropajes negros abrasándole la piel.

miércoles, 23 de febrero de 2011

tuppers



A Sarita le gustaba guardar los besos en tarritos de cristal, clasificados según la forma de recibirlos. Así, si algún día echaba en falta algún tipo de cariño, pues los tendría con solo desenroscar una tapadera.

Por eso quería besos, eran como una vitamina particular, le mantenían equilibrada, con lo difícil que era eso. Luego, la iba repartiendo, muy poco a poco, con las personas que se topaban con ella. Y sin utilizar jeringuilla.

sábado, 12 de febrero de 2011

pepper

Quiero que me gane poquito a poco -muy segura ella- a base de besos, muchos, abrazos, caricias y algún que otro polvo- Todo esto lo decía mientras fregaba los platos y se le empañaban las gafas por culpa del vapor del agua caliente.

¿Saben, señoras?- hablándole a la fila de botes de especias colocados encima de la encimera- es precioso. Bueno, no es que sea muy guapo, más bien es algo feo, un poco alto y desgarbado, pero a mi me encanta. No le quiero, claro que no, en una semana yo no hago esas cosas, eso de enamorarme. Pero me provoca ternura, la veo en sus ojos verdes, esos que aún tras unos gruesos cristales son los más bonitos. Y ahora más tarde vendrá, lo he dejado durmiendo en mi cama, si, claro que ha pasado la noche allí, follamos como locos, es lógico. Pero ese es el tema, que solo es eso, un amigo con derechos sexuales. Es práctico y divertido, demasiado.

Dejó de fregar y se fue a revisar como iba la torta que había dejado en el horno. Se agachó y se asomó dentro, aún le quedaban unos minutos. Pero se quedó allí,con su nariz a escasos milímetros del cristal de la puerta, con la tensión de quemarse que le gustaba sentir, creyéndose en serio peligro. Era grave eso de acabar la nariz chamuscada y enrojecida.

martes, 25 de enero de 2011

ramalazos




Aquel día Sarita se fue a pasear a la montaña. Y lo hizo bien equipada, se puso sus guantes de lana, y su bufanda, la gris, la que le había hecho su abuela. También se puso su gorro, el azul de los pompones.
Por si fuera poco, en una mochila echó algunas galletas, unas que llevaban chocolate y le encantaban. Y así emprendió la marcha al monte de al lado de su casa.
Conforme andaba, subía, y a cada metro notaba sus músculos tensare y destensarse y eso le hacía una gracia enorme.Y se reía ella sola, es que ¿sabeis?, era un poco problemática, pero eso no se lo digáis a ella, lo de que yo os lo he dicho, que si no se enfadaría conmigo, y entonces ya sería un poco más seria.
Dejó atrás el camino de asfalto y ya pudo alcanzar la ladera. -¡Aaalaa! un ciervo!, ah no, jopé, es un árbol chuchurrío con ramitas secas.
 Tras este descubrimiento, siguió subiendo, despacio, porque le costaba, que eso de subir con una mochila cargada no era tarea fácil. Y en eso estaba, subiendo, cuando cogió su cámara y comenzó a hacer fotos, sobre todo a las nubes, que desde allí se veían más blancas que nunca, incluso un poco rosas también, y le daban ganas de meterse una en la boca y que se le deshiciese allí, y que se le escapase entre los dientes cada vez que le salía su risa. Y todas esas cosas bobas que a ella le encantaban.
Llegó arriba, y como corría mucho viento se dio otra vuelta más de su bufanda, esa gris que le hizo su abuela y observó todo el paisaje bajo sus pies cubiertos con sus botas marrones. Adoraba estar allí y ver su casa pequeñita a lo lejos, y la ropa que había tendido y como el azul del cielo se volvía cada vez más oscuro, hasta degradarse en un oscuro lila. ¿O era malva? No lo sabía, eso dependía de su cabeza, de como estuviese ese día. Ese día no tenía preocupaciones, bueno si, se le notaba en la cara y en la ropa holgada, pero las había dejado en su escritorio, pinchadas con chinchetas de colores.

martes, 18 de enero de 2011

kilopenas

Aquel día, Sarita se sentía tremendamente triste. Tan triste, que lo veía todo gris, un pesado color gris que se adueñaba de los árboles, el agua y los edificios.
Incluso su pájaro se había muerto de verla a ella así de triste.
Su gato no apartaba sus ojos verdes de ella, velándola en silencio. Encima, ahora le había dado por andar arrastrando las pestañas por el suelo y pegando la barbilla al pecho y eso no era nada bueno para ella.
Sarita había advertido una cosa. Las bromas en su mundo habían dejado de tener gracia y espontaneidad y por ello la echaba tanto de menos. Las semanas se repetían perennes.
Necesitaba decirlo, lo sabía, pero también pensó que ya lo diría cuando estuviese lejos, incluso más lejos del kiosco de la esquina. Así, si alguién se enfadaba no iba a ir a buscarla a la Luna, ni a las estrellas. ¡Y mucho menos a Mongolia!. Por favor, menuda tontería haría esa persona, porque seguro que no la encontraría, que ella ya tenía pensado acurrucarse en una de las cuevas que hay por las montañas y quedarse calladita y muy quieta si ella pasaba cerca.

domingo, 9 de enero de 2011

croquetas



Era uno de esos días en que a Paulita le encantaba escurrirse por debajo de su jersey, el de su chico. Y aspiraba su olor, no el de su perfume, si no el de su piel. Y entonces estornudaba por las motitas de polvo, pero a ella le daba igual; que más daba, si luego la abrazaría fuerte, o flojito, también le daba igual; la única condición era que le diera un beso, uno suave, o bueno, también fuerte, pero por lo menos que se lo diera. Bueno, si se lo daba fuerte, lo más probable era que luego no la soltase y acercase su cara a la de ella y frotase su barba contra la de ella, porque sabía que Paulita era un poco masoquilla y le encantaba.

viernes, 7 de enero de 2011

noon













Sabés vos una cosa?


Anoche le hablé de tí a la Luna.
Me dijo lo que piensas, todo, y una sonrisa aviesa se dibujó en mi cara perlada de lágrimas, no saladas, dulces y amargas.
Yo le confesé muchas cosas, todas sobre ti, lo juro, y ella, sofocada por lo que le decía, se cubrió la cara con las nubes y la vi llorar, con otras lágrimas plateadas que salpicaban el vacío y se dejaban ver cuando las nubes se apartaban para dejarnos solas.

Una brisa suave me dejó el esbozo de una caricia, provocando una corriente eléctrica que se deslizaba por toda mi columna y allí, amparada en el terciopelo negro de la noche, susurré tu nombre a las estrellas.

miércoles, 5 de enero de 2011

Turquesas rojas



Ayer por la mañana, Paulita sentía unas ganas enormes de hacerle el amor. Lo veía allí, sentado en la mesa, y  tan concentrado en su trabajo, que no pudo evitar sentir un cosquilleo que aportaba calor a sus muslos.

Pero no quería caer en tan primitivo ataque; así que decidió darse un baño. También quiso relajarse un poquito, echando sales en la bañera de agua tibia, sabía que era mejor no calentar demasiado el agua, de lo contrario, se desharía. Encendió algunas velas que a ella le gustaba tener por si surgía la ocasión, como esta vez era el caso. Para poner la guinda, puso en su reproductor un disco de Marlango, con una canción bastante mona, a su parecer. Se desnudó rápidamente para no coger frío, si eso era posible.
Se metió en la bañera y apoyó su cabeza en una toalla y allí se quedó durante largo rato, esperando que eso se le pasara.
Después salió del baño envuelta en su albornoz rojo que él le había regalado por su cumpleaños.Y lo volvió a ver allí, sentado, pero esta vez tenía la vista puesta en ella y en sus ojos ya no estaba la concentración de antes, si no que la recorrían y se clavaban en ella. Y eso le provocó una sacudida a Paulita, le sonrió y él le correspondió, con una sonrisa aún más amplia.
 Se dirigió a su habitación, allí dejó que el albornoz resbalara por su piel hasta caer al suelo. Vio su guitarra, la que a veces tocaba él y la cogió y se puso a tocar algunas notas. Oyó un ruido detrás de ella. Allí estaba, posado bajo el marco de la puerta, mirándole con la sonrisa picarona que ya preludiaba lo que Paulita había intentado controlar por todos los medios. Fue a hasta ella, y se sentó detrás de ella, situando una pierna a cada lado de ella.
-No así, no- Paulita quería igualdad de  condiciones, hombre ya. Así que él, se quitó su camiseta y se colocó justo detrás de ella, sentados los dos en el borde de la cama, piel con piel. Deslizó sus manos por su espalda, recorriéndola y memorizando cada lunar. Paulita se moría, no de verdad, claro que no. En una de las excursiones de las manos de Marco, Paulita rompió una cuerda de la guitarra. -Ummm...